Carmen Castellano, Voluntaria colaboradora con la Fundación New Health, admite que ayudando a personas, en fase de final de vida, ha descubierto que la muerte es solo un tránsito de una vida a otra y que su hijo, en otra parte, sigue vivo y feliz “.
Muchos autores consideran la muerte de un hijo un acontecimiento insoslayable porque marca de forma traumática un ante y un después. ¿Cómo fue en su caso?
En abril de 2020 se cumplen 4 años de la partida de mi hijo. Tenía 16 años y se fue bruscamente, inesperadamente por muerte súbita. El golpe fue brutal y mi vida cambió para siempre.
Nunca me había interesado por la muerte más allá de lo normal, entendiendo por normal, la poca relación que solemos tener con ella, o sea, impresionarme cuando la veía a mi alrededor en algún amigo, conocido, persona cercana…o dolerme cuando me tocó personalmente, en el caso de mi padre primero y después mi madre, inquietarme ante la idea de mi propia muerte, miedo a lo desconocido, etc.
Con mis padres pasé un duelo normal, que con el tiempo sanó, quedando de ellos un recuerdo agradecido y el amor que nos unió. Pero la partida de mi hijo fue radical. Mi vida se paró de repente y me tuve que enfrentar a la muerte de la forma más dolorosa posible. Ya no podía eludirla, ni evadirme de ella, ni mirar para otro lado. Mi hijo había pasado por la experiencia de la muerte y eso ocupaba toda mi mente y mi corazón, poniéndome frente a ella sin escapatoria, así que tuve que mirarla cara a cara.
Me lancé de lleno a una búsqueda de sentido a lo que había ocurrido, ¿Qué es eso por lo que ha pasado mi hijo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Dónde está él ahora? ¿Qué es la muerte? y sobre todo ¿Qué hay después de la muerte?
El ser humano está preparado para perder a un progenitor pero no para afrontar la muerte de un hijo. Psicólogos especialistas en duelo dimensionan el duelo por la pérdida de un hijo en un nivel diferente por no ser ley de vida. ¿Cómo fue el proceso de duelo en su caso?
Necesitaba respuestas desesperadamente, necesitaba comprender lo que para mí era un sinsentido y un dolor inmenso que me quemaba. Pero ¿Cómo hacerlo? ¿Tengo que morir yo misma para saber de qué va todo esto? Lo deseé, no por el hecho de morir, no tengo instinto de suicida, solo quería estar con él otra vez, y si esa era la única manera, pues bueno…
Pero las cosas no funcionan así, todos tenemos una vida regalada y tenemos que vivirla, tanto en los buenos como en los malos momentos. Entonces, ¿qué?
Ahí empezó mi búsqueda. Si no puedo vivir esa experiencia, voy a acercarme a ella lo máximo posible, hasta donde pueda llegar. Leí todo lo que caía en mis manos, escuché todo tipo de charlas, conferencias, testimonios, experiencias de otros, hice prácticas meditativas, intentos de comunicación, de conexión.
Este proceso duró dos años, fui encontrando respuestas a mis preguntas, hasta que me encontré más calmada y preparada para actuar sobre el terreno.
Mi duelo fue sanando poco a poco, pero mi interés por la muerte seguía presente, así que era el momento de acercarme a ella a través de personas que están viviendo esta realidad. La mejor manera que se me ocurrió fue hacerme voluntaria en la Fundación New Health, para ayudar y estar cerca de personas cercanas al final de sus vidas.
Nos cuenta que su duelo le llevó a interesase por la muerte y, por ende, por las personas cercanas a ella. ¿Ha encontrado en el voluntariado, en la Fundación New Health, la oportunidad que buscaba?
El voluntariado me ha ayudado mucho, para mí ha sido y sigue siendo una terapia en mi proceso de sanación, y además una fuente de aprendizaje grande con respecto a la muerte, que es mi gran inquietud.
Creo que busqué hacer un voluntariado relacionado con la muerte como terapia personal, con mi “puntito” de generosidad, pero básicamente para seguir buscando respuestas a mi gran inquietud: la muerte.
Es cierto que hay que tener un cierto grado de generosidad para hacerlo, que creo lo tenemos todos, pero no es necesario ser una especie de “madre Teresa”, basta una motivación importante, cada uno la suya, algo que te mueva y te ponga en acción.
Y en ese contexto, he llegado a la fórmula perfecta de “Ayudando Me Ayudo”. Un círculo cerrado que no deja de girar y que alimentamos los dos; no estas primero tú y después yo, o al revés, estamos los dos dando y recibiendo por partes iguales. No está mal, ¿verdad?
No llevo mucho tiempo en el voluntariado, aproximadamente un año y medio. He tenido dos experiencias duraderas, de unos 6 meses más o menos cada una y el balance es muy positivo.
No sólo me he acercado a la realidad de la muerte en vivo, que era mi principal inquietud, además voy encontrando otras perlitas por el camino, que son regalos añadidos: amigos, nuevas relaciones entrañables llenas de cariño, ternura, amor, confidencias compartidas, risas, llantos, emociones que se desbordan pero que no se reprimen en la confianza; agradecimiento, historias contadas de toda una vida muy interesantes, enseñanzas valiosas para mí y mucho más.
Ser voluntario es un acto solidario que requiere mucha generosidad y más cuando se trata de ayudar a personas que están a final de la vida. ¿Se trata, a pesar de su dureza, de una experiencia enriquecedora?
Creo que cuando una persona se acerca a ese momento trascendental de su vida está muy vulnerable, se siente desnuda, y, en ese estado de inquietud, preocupación o miedo, se abre totalmente al otro, al que le escucha. Esta es una oportunidad preciosa para los que estamos alrededor, que recibimos lo más íntimo y profundo de esa persona y que nos prepara a nosotros mismos para cuando llegue nuestro momento.
Siento un respeto profundo por esa persona en ese momento tan vulnerable, agradecimiento por lo que me entrega, tan valioso y tan personal y también miedo, miedo de no saber ayudarle. Pero creo que estar y escuchar es bastante, y de eso somos todos capaces.
Si además de ello, consigo mitigar el miedo, tranquilizar……
Otro punto a destacar en mi experiencia: a veces he tenido que centrarme más en algún familiar que en la propia persona enferma. Mi principal objetivo es atender a esta persona cuando llego a un hogar. Y así lo hago, pero poco a poco vas creando también relaciones con las personas que lo rodean, que son igualmente enriquecedoras.
Los dos casos que he atendido hasta el momento han sido duraderos, de varios meses, por lo que ha habido tiempo para todo. A medida que se va acercando el momento, lógicamente la familia se va poniendo nerviosa, las emociones se disparan y es ahí donde he tenido la oportunidad de actuar también. Atendiendo al familiar, escuchándolo, apoyándolo.
He asistido a dos partidas, las de mis queridas Carmen y Ceci, con las que sigo estando en comunión. Pero los familiares siguen aquí, y esos lazos de amistad que se crearon en momentos tan difíciles, siguen presentes. Agradezco mucho esas nuevas amistades que han llegado a mi vida y que permanecen.
¿Se podría decir entonces que la enfermedad y la muerte le han ayudado a encontrar un camino espiritual para superar su gran pérdida?
Si, las grandes dificultades de la vida suelen poner a las personas en el camino espiritual, en busca de un sentido a lo que nos ocurre y nos causa tanto dolor
En mi caso, busqué la trascendencia, algo en lo que apoyarme y que me diera algo de luz en medio de tanto dolor y oscuridad. La pérdida de un ser tan querido te deja sin sentido, sin norte, y para recomponerte, necesitas volver a encontrarlo, comprender el porqué y el para qué de ese dolor. Qué mensaje me trae esta pérdida, qué tengo que aprender de esto.
Empiezas una búsqueda y poco a poco vas encontrando respuestas, creo que es un camino personal que cada uno tiene que recorrer a su manera.
El duelo por la pérdida de un hijo es muy difícil y muy dolorosa. Ahora, con un poco de perspectiva, ya lo veo como un “atravesar el desierto” y lo haces sola. Hay ayudas, psicólogos, pautas, etc., y, en un principio, acudí a ellos y me beneficiaron, pero pronto me di cuenta que mi sanación pasaba más por hacer mi propio camino espiritual, mi propia búsqueda de sentido, y a ello me dediqué.
Los consejos, las pautas llegan hasta donde pueden llegar, pero hay dolores muy profundos que hay que sanar a nivel del alma, el psicólogo no basta, al menos en mi caso fue así.
Personalmente, descubrí que la muerte no existe, que solo hay vida, que lo que llamamos muerte solo es un tránsito de una vida a otra, y que él y todos los que se nos han adelantado, viven plenamente, más y mejor que nosotros. Esto para mí fue consolador y muy sanador, porque pasé de tener un hijo muerto a tener un hijo vivo, en otra parte, sí, pero vivo y feliz.
Siempre, por mi educación cristiana, creí que había vida después de la vida, el cielo que nos espera, etc., pero era una creencia, algo teórico, y me resultó totalmente insuficiente cuando todo ocurrió.
Ahora no creo en la vida después de la vida, ya no me hace falta la creencia porque tengo la certeza que esa vida existe; y es infinitamente mejor saberlo que creerlo.
No me atrevo a dar consejos ni fórmulas a otros padres que se encuentran en la misma situación. Para no engañarlos, solo les diría que les espera un largo camino muy difícil, muy doloroso, pero que no es en balde, que siempre hay luz al final, que se puede volver a vivir por más que parezca increíble al principio. Leí en alguna parte que nosotros somos como zombis, como muertos en vida, y es verdad, así te sientes, si tu hijo no vive, tú te sientes muerto en vida, mueres con él.
Lo positivo es que de esto se sale después de mucho trabajo y esfuerzo, y se sale fortalecido. Además, encuentras grandes enseñanzas en el proceso, que ahora considero regalos y que agradezco a mi hijo, quien se ha convertido en mi maestro.